domingo, 2 de noviembre de 2008

Riqueza 0, por Enrique Javier Díez

Se está celebrando la semana «Pobreza 0» en León. Erradicar la pobreza, significa erradicar la riqueza. Es una cuestión puramente matemática. En un mundo donde los recursos no son infinitos, ni inagotables, para que no exista pobreza, tiene que ser erradicada la riqueza. Porque la riqueza de unos pocos se asienta en la pobreza insoportable de una inmensa mayoría. Esta es la verdadera campaña que hay que emprender si queremos dejar de ser hipócritas y de poner falsos parches para que nada cambie.


En el año 2000 los Gobiernos y Estados firmaron la Declaración del Milenio de Naciones Unidas, y se comprometieron con el cumplimiento de los 8 Objetivos de Desarrollo del Milenio, como un primer paso para erradicar el hambre y la pobreza. A día de hoy no sólo se mantiene la pobreza y la desigualdad en el mundo sino que la brecha entre ricos y pobres sigue aumentando. Hoy, más de 3.000 millones de personas carecen de una vida digna a causa de la pobreza. 800 millones de personas no tienen acceso a la comida suficiente para alimentarse. 1.100 millones de personas sobreviven con menos de 1 dólar diario. 1.200 millones de personas no tienen acceso al agua potable. 10 millones de niños y niñas mueren antes de cumplir los cinco años por causas evitables. Hambre, SIDA, analfabetismo, discriminación de mujeres y niñas, depredación de la naturaleza, desigual acceso a la tecnología, desplazamientos masivos a causa de los conflictos, migraciones provocadas por la falta de equidad en la distribución de la riqueza a nivel internacional... Son las diferentes caras de un mismo problema: la situación de injusticia que sufre la mayor parte de la población mundial.

Mientras, asistimos con absoluta perplejidad a uno de los espectáculos más bochornosos de este nuevo comienzo de siglo: los Estados acuden sin demora al rescate de empresas y bancos, financiando a quienes se han hecho de oro con los inmensos beneficios de la especulación financiera que han obtenido hasta ahora. Gobiernos conservadores y socialdemócratas se apresuran a garantizar los beneficios del sector financiero obligando a la ciudadanía a asumir las deudas generadas por este sector con nuestros impuestos.

La transferencia público-privada de más de medio billón de euros parece ser realmente el verdadero «Objetivo del Milenio» para reanudar el ciclo de beneficios, y para esto no faltarán fondos. ¿Salvar a los bancos? Por supuesto, hay que proteger a los clientes de los bancos. Pero en realidad, lo que los Estados están haciendo es proteger a los ricos y nacionalizar las pérdidas. Por ejemplo, el estado Belga no tenía 100 millones de euros para ayudar a la gente a mantener su poder adquisitivo, ni los estados Europeos encontraban dinero para cumplir los Objetivos del Milenio, pero para salvar a los bancos, el Estado Belga ha encontrado 5.000 millones en dos horas y Estados Unidos 700.000 millones en pocos días. Miles de millones que nosotros tendremos que reembolsar. Lo irónico es que la mayoría de estos bancos y empresas eran hace tiempo empresas públicas que funcionaban muy bien. Gracias a ello, sus dirigentes han hecho negocios durante veinte años. Y ahora que la cosa no funciona, ¿se le pide a estos dirigentes que paguen los platos rotos con el dinero que han estado ganando y que se han guardado? No, se nos pide que paguemos nosotros.

Por eso, como dice la campaña «Pobreza 0» las razones de la desigualdad y la pobreza se encuentran en la forma en que los seres humanos organizamos nuestra actividad política y económica. El comercio internacional y la especulación financiera que privilegia las economías más poderosas, una deuda externa asfixiante e injusta para muchos países empobrecidos, así como un sistema de ayuda internacional escaso y descoordinado hacen que la situación actual sea insostenible.

Esto significa que luchar contra la pobreza, exige simultánea y mantenidamente luchar contra la riqueza. Y esto implica luchar contra el sistema capitalista. Porque, como dice Michel Collon, no es posible ese denominado «capitalismo sobre bases éticas». Hace ciento cincuenta años que nos lo prometen. Hasta Bush y Sarkozy lo han hecho. Pero en realidad, es tan imposible como un tigre vegetariano. Y es que el capitalismo se apoya en tres principios: 1. La propiedad privada de los grandes medios de producción y de financiación. No es la gente la que decide, sino las multinacionales. 2. La competitividad: ganar la guerra económica, es decir, eliminar a la competencia. 3. El máximo beneficio: para ganar esta batalla no basta con tener unos beneficios normales o razonables, sino una tasa de beneficios que permita distanciar a las empresas de la competencia. El capitalismo no es sino la ley de la selva, como ya escribía Karl Marx: «Al capital le horroriza la ausencia de beneficio. Cuando siente un beneficio razonable, se enorgullece. Al 20%, se entusiasma. Al 50% es temerario. Al 100% arrasa todas las leyes humanas y al 300%, no se detiene ante ningún crimen.»

Los trabajadores y las trabajadoras no tenemos culpa de la crisis de los ricos. Ni hemos intervenido en generarla ni tenemos por qué pagarla. Pero se nos está presionando para que lo hagamos: dando nuestro dinero para financiar sus beneficios, más aún, y diciendo en breve que no se puede sostener la seguridad social y las pensiones, exigiéndonos aún mayor moderación salarial, recurriendo todavía a un mayor abaratamiento del despido, aumentando la jornada laboral. Para evitarlo hay que organizarse y movilizarse. Es necesario clamar: «movilízate, que no te hagan pagar la crisis».

* Profesor de la Universidad de León. Artículo publicado en el Diario de León, el domingo 19 de octubre de 2008.

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