La imagen por encima de todo. Siempre una sonrisa aunque sea fingida. La seriedad sólo para cuando se habla de cosas serias, el resto del tiempo es necesario sonreír. En la vida pública, donde uno tiene que ser reconocido por cualquier viandante –que de eso se trata- hay que comportarse distendido, afable, siempre con un gesto (el de las manos es fundamental) que imprima personalidad. La pose debe ser la de un hombre inteligente, seguro, firme. Y en cuanto a la seriedad, siempre oficial. Todo paseante tiene que saber que esta persona pertenece a un mundo tan importante como el de la política que conlleva un peso de una grave responsabilidad sobre las espaldas.
Algo así es lo que se dice cada mañana nuestro personaje. Muy probablemente gran parte de este discurso no sea ni propio porque lo fue aprendiendo desde que empezó a dar sus primeros pasos o, quizá, desde que agarró con sus labios la teta de la madre. Y es que la existencia de G. E. –imitemos a Kafka- y su modo de estar en el mundo no podrá ser explicado sin la influencia de la figura materna, siempre presente, marcando los límites de lo correcto.
Sus ojos de bellota, su mirada invadida por el ego, su gesto siempre pendiente de otras miradas y sus manos ¡ay el movimiento de sus manos…! A poco que uno se acerque a este individuo no le costará mucho descubrir que todo en él se queda en la pose.
La hoja de ruta materno filial marcaba que sus pasos debían ser dirigidos hacia la izquierda, a una organización política donde madre e hijo consideraron que la competencia, de existir, iba a ser considerablemente inferior a la de cualquiera de los dos partidos mayoritarios. La política es el mejor espacio para la promoción personal y para la propaganda de uno mismo. La política, medio de vida y modo de adquirir prestigio. Ser parte del clan, sentirse miembro de un club de selectos en el que la intervención de cualquiera de sus integrantes tiene repercusión e influencia. La política es el mejor lugar desde el que poder diferenciarse del resto, marcar nítidamente la distancia.
La ambición por ser una persona reconocible (más que reconocida), por considerarse influyente y por hacer ostentación de una posición avanzada frente a los demás son los rasgos característicos de un ciudadano que, una vez desvestido de ese falsario, no es más que una criatura infantil que no estropeó el juguete que su madre puso a su disposición.
Sin embargo, lo que tipos así son incapaces de comprender y con su ejemplo lo emborronan, el ejercicio de la política debería ser la actividad más limpia, honesta, solidaria y altruista de todas las que una persona pueda realizar; porque política es el pensamiento hacia los demás; es un ejercicio que cada uno de quienes habitamos este planeta deberíamos hacer (como seres conscientes, críticos y miembros de una comunidad) para adoptar decisiones colectivas para el buen gobierno de las gentes en las ciudades, pueblos y países; es un ejercicio de libertad, de responsabilidad y de igualdad hacia cada una de las personas que habitamos este planeta.
Porque la política es inherente al ciudadano y no va a desaparecer nunca salvo que deje de existir la especie humana. Estamos obligados a organizarnos de alguna manera, necesitamos gestionar nuestros recursos, la economía debe regirse por ciertos criterios y en el modo de articularse es donde interviene la política y la manera de hacerlo y los intereses que se quieran promocionar dependerán mucho de las ideas políticas y aquí es donde entra en juego el pluralismo político, es decir, las distintas concepciones en torno a los modos de actuar.
Volvamos al personaje. La ambición es una buena compañera de viaje y sobre todo si en el camino se va recogiendo un poco de oportunismo, otro de falseamiento de la verdad y un mucho de caradura. Todos estos ingredientes, bien digeridos, terminan conformando a un individuo vanidoso, arrogante y sin ningún pudor. De lo que se trata, como decíamos, es de alcanzar notoriedad, formar parte del clan y ser el centro de atención para lograr ese continuum de presencia que arropa la existencia.
Para quien observa sonriente y con distancia a este tipo de individuos se produce una imagen que si la estiramos hasta lo absurdo nos daríamos de bruces con un valleinclanesco esperpento. Parece una marioneta manejada previamente por él mismo en la preparación y entrenamiento de las poses.
Su mirada, su dicción, el tono de su voz, la dirección de sus ojos, los movimientos de cabeza, el discurso plagado -como una pandemia- de tópicos, frases hechas con mayúsculas de titular aprendidas de cuatro malas lecturas. Todos estos elementos retratan un personaje de cartón-piedra que puede ser colocado perfectamente en un decorado donde se represente una obra de Moliere.
La sonrisa, siempre la sonrisa. Para afuera lo que se debe de mostrar son los dientes. Hacia adentro el veneno tiene que quedar debidamente oculto. Sólo en ciertos momentos, inevitables, sale un hilo fino y espeso del líquido letal por los ojos y la sonrisa se apaga por un instante. De repente (porque lo anterior fue un lapsus que debe ser corregido de inmediato) la vuelta a la normalidad. El retorno de la sonrisa, pero los incontrolados ojos no pueden sujetar una mirada contradictoria con la figura elíptica de los labios que esconden un rencor antiguo.
Este tipo de individuos se traicionan cada día a sí mismos y cada minuto a quienes les rodean, pero de modo que nadie es consciente ¿o sí?
Sólo un par de datos más precisos para una más clara identificación. Hemos intentado retratar a un individuo que un día encontró el juguete de ser de izquierdas y para divertirse se equipó de un kit completo: una organización política (Izquierda Unida), una pequeña localidad (Salamanca) y unos cuantos familiares y amigos que estaban tan aburridos como él. Pero no le duró mucho el juguete porque se le olvidó leer las instrucciones y mientras otros lo reponen o lo terminan por tirar, ellos no tendrán ningún problema en buscar un nuevo juguetito para su entretenimiento o, dicho de otro modo, al niño se le encontrará una nueva diversión que desarrolle su imaginación, destreza y sobre todo pueda servir de entretenimiento para la familia y amigos. Esperemos que ese juguete no afecte a la gente honesta.
Acabamos ya esta glosa porque el retrato no me es agradable y además no conviene acercarse mucho al cuadro porque (y hay que tener cuidado) la pintura está siempre fresca.
Fdo. Ángel García Sánchez
Algo así es lo que se dice cada mañana nuestro personaje. Muy probablemente gran parte de este discurso no sea ni propio porque lo fue aprendiendo desde que empezó a dar sus primeros pasos o, quizá, desde que agarró con sus labios la teta de la madre. Y es que la existencia de G. E. –imitemos a Kafka- y su modo de estar en el mundo no podrá ser explicado sin la influencia de la figura materna, siempre presente, marcando los límites de lo correcto.
Sus ojos de bellota, su mirada invadida por el ego, su gesto siempre pendiente de otras miradas y sus manos ¡ay el movimiento de sus manos…! A poco que uno se acerque a este individuo no le costará mucho descubrir que todo en él se queda en la pose.
La hoja de ruta materno filial marcaba que sus pasos debían ser dirigidos hacia la izquierda, a una organización política donde madre e hijo consideraron que la competencia, de existir, iba a ser considerablemente inferior a la de cualquiera de los dos partidos mayoritarios. La política es el mejor espacio para la promoción personal y para la propaganda de uno mismo. La política, medio de vida y modo de adquirir prestigio. Ser parte del clan, sentirse miembro de un club de selectos en el que la intervención de cualquiera de sus integrantes tiene repercusión e influencia. La política es el mejor lugar desde el que poder diferenciarse del resto, marcar nítidamente la distancia.
La ambición por ser una persona reconocible (más que reconocida), por considerarse influyente y por hacer ostentación de una posición avanzada frente a los demás son los rasgos característicos de un ciudadano que, una vez desvestido de ese falsario, no es más que una criatura infantil que no estropeó el juguete que su madre puso a su disposición.
Sin embargo, lo que tipos así son incapaces de comprender y con su ejemplo lo emborronan, el ejercicio de la política debería ser la actividad más limpia, honesta, solidaria y altruista de todas las que una persona pueda realizar; porque política es el pensamiento hacia los demás; es un ejercicio que cada uno de quienes habitamos este planeta deberíamos hacer (como seres conscientes, críticos y miembros de una comunidad) para adoptar decisiones colectivas para el buen gobierno de las gentes en las ciudades, pueblos y países; es un ejercicio de libertad, de responsabilidad y de igualdad hacia cada una de las personas que habitamos este planeta.
Porque la política es inherente al ciudadano y no va a desaparecer nunca salvo que deje de existir la especie humana. Estamos obligados a organizarnos de alguna manera, necesitamos gestionar nuestros recursos, la economía debe regirse por ciertos criterios y en el modo de articularse es donde interviene la política y la manera de hacerlo y los intereses que se quieran promocionar dependerán mucho de las ideas políticas y aquí es donde entra en juego el pluralismo político, es decir, las distintas concepciones en torno a los modos de actuar.
Volvamos al personaje. La ambición es una buena compañera de viaje y sobre todo si en el camino se va recogiendo un poco de oportunismo, otro de falseamiento de la verdad y un mucho de caradura. Todos estos ingredientes, bien digeridos, terminan conformando a un individuo vanidoso, arrogante y sin ningún pudor. De lo que se trata, como decíamos, es de alcanzar notoriedad, formar parte del clan y ser el centro de atención para lograr ese continuum de presencia que arropa la existencia.
Para quien observa sonriente y con distancia a este tipo de individuos se produce una imagen que si la estiramos hasta lo absurdo nos daríamos de bruces con un valleinclanesco esperpento. Parece una marioneta manejada previamente por él mismo en la preparación y entrenamiento de las poses.
Su mirada, su dicción, el tono de su voz, la dirección de sus ojos, los movimientos de cabeza, el discurso plagado -como una pandemia- de tópicos, frases hechas con mayúsculas de titular aprendidas de cuatro malas lecturas. Todos estos elementos retratan un personaje de cartón-piedra que puede ser colocado perfectamente en un decorado donde se represente una obra de Moliere.
La sonrisa, siempre la sonrisa. Para afuera lo que se debe de mostrar son los dientes. Hacia adentro el veneno tiene que quedar debidamente oculto. Sólo en ciertos momentos, inevitables, sale un hilo fino y espeso del líquido letal por los ojos y la sonrisa se apaga por un instante. De repente (porque lo anterior fue un lapsus que debe ser corregido de inmediato) la vuelta a la normalidad. El retorno de la sonrisa, pero los incontrolados ojos no pueden sujetar una mirada contradictoria con la figura elíptica de los labios que esconden un rencor antiguo.
Este tipo de individuos se traicionan cada día a sí mismos y cada minuto a quienes les rodean, pero de modo que nadie es consciente ¿o sí?
Sólo un par de datos más precisos para una más clara identificación. Hemos intentado retratar a un individuo que un día encontró el juguete de ser de izquierdas y para divertirse se equipó de un kit completo: una organización política (Izquierda Unida), una pequeña localidad (Salamanca) y unos cuantos familiares y amigos que estaban tan aburridos como él. Pero no le duró mucho el juguete porque se le olvidó leer las instrucciones y mientras otros lo reponen o lo terminan por tirar, ellos no tendrán ningún problema en buscar un nuevo juguetito para su entretenimiento o, dicho de otro modo, al niño se le encontrará una nueva diversión que desarrolle su imaginación, destreza y sobre todo pueda servir de entretenimiento para la familia y amigos. Esperemos que ese juguete no afecte a la gente honesta.
Acabamos ya esta glosa porque el retrato no me es agradable y además no conviene acercarse mucho al cuadro porque (y hay que tener cuidado) la pintura está siempre fresca.
Fdo. Ángel García Sánchez
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