Virginia Carrera Garrosa. Investigadora y experta en género.
Co-portavoz del Colectivo Feminista 13 Rosas
El 30 de marzo se celebra el Día Internacional de las Trabajadoras de Hogar. Se trata de una ocasión idónea para reivindicar los derechos de miles de trabajadoras, en un sector que está sujeto a una grave precariedad laboral, en la que cabe destacar que no existe el derecho al subsidio por desempleo.
La reflexión sobre este día me trae a la cabeza la imagen de aquellas mujeres que utilizaban traje negro y cofia y que aparecían en las películas de la dictadura y transición española. Aquellas trabajadoras que emigraban de sus pueblos, buscando un futuro mejor o algo que llevarse a la boca. Y “disfrutaban” de unas relaciones laborales que no les hacían olvidar que ellas eran las que servían y otros los que mandaban.
Las diferentes modificaciones en el ámbito del empleo del hogar no han pasado solo por su cambio de nomenclatura. Desde que se publicara, en 1985, la regulación especial del “servicio doméstico”, hasta 2011, en que se realiza la última reforma, se han producido cambios relevantes en esta profesión. Quizás, ya no visibilizamos el uniforme al referirnos a la empleada de hogar; ahora lo que vemos es una trabajadora atendiendo a nuestras y nuestros dependientes, manteniendo nuestros hogares y cuidando de nuestras criaturas.
Ya no tienen una puerta especial por la que salir y entrar, pero sí mantienen un trato diferenciado respecto al resto de personas trabajadoras. Porque sus condiciones de trabajo y derechos laborales son muy diferentes al conjunto de la clase trabajadora.
Durante los últimos años, coincidiendo con las épocas de menor crisis económica y laboral, y digo menor porque en una sociedad como la nuestra las altas tasas de desempleo no son nuevas, la imagen de la empleada de hogar era de la una trabajadora extranjera que venía de sus país de origen, motivada por una inmigración económica, y que esperaba encontrar en nuestra sociedad una estabilidad laboral y un salario que le permitiera mantenerse aquí y mantener a “los de allí”; porque no olvidemos que en épocas de bonanza económica se mercantilizan algunos servicios, sobre todo aquellos vinculados a tareas poco reconocidas como pueden ser las labores del hogar o la atención a la dependencia.
Ahora la situación es otra: seguimos encontrando trabajadoras extranjeras cuidando de nuestras familias y manteniendo nuestros hogares, pero cada vez encontramos más españolas. Más españolas en un sector reconocido como el menos protegido socialmente y más bajo en la jerarquía ocupacional. Eso sí, necesario en nuestra sociedad.
Toda esta reflexión la realizo en femenino, porque no podemos olvidar el hecho de que el 96% de las personas que trabajan en este sector son mujeres. Podríamos afirmar que es un sector altamente feminizado y así ha sido siempre. Esta profesión ocupada por mujeres es la única profesión que no cotiza para el desempleo, que reconoce horarios intempestivos y disponibilidad absoluta, con un salario equivalente a 645.30 euros (Salario Mínimo Interprofesional), y que mantiene la polivalencia de la trabajadora, sin clasificar ni ser valorada.
Conocer estas situaciones laborales nos enseña que todavía quedan profesiones que no se valoran de la misma forma que el resto y, casualmente, las desarrollan mujeres. Empleos que tienen que ver con las actividades que las mujeres hemos desarrollado en el espacio privado. Trabajos como son el cuidado de los y las dependientes, el mantenimiento de los hogares y el acompañamiento en la transmisión de valores, actitudes, conocimientos y habilidades, es decir el desarrollo del aprendizaje, de nuestras criaturas. En la actualidad estas profesiones suponen sectores altamente feminizados.
Un ejemplo visible de esta afirmación es el de las trabajadoras del hogar. Después de 28 años reglamentando y manteniendo estas desigualdades socio laborales la pregunta que me viene a la cabeza es ¿si hubiera sido un sector masculinizado, la cosa estaría igual? Ahí lo dejo.
Esperamos que este día sirva para sacar a la luz la situación de miles de mujeres que trabajan en este sector y que lo hacen con unas condiciones laborales muy precarias y, por supuesto, para reivindicar los mismos derechos por trabajos de igual valor.
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