A lo largo del siglo, los historiadores y maestros de esta isla han cultivado con intensidad eso que, sin vergüenza ni sonrojo, podemos llamar «el culto a Martí». No mediaba en ello el deseo egoísta de llamar la atención hacia lo nuestro como algo diferente, único, pero lo cierto es que nuestro Apóstol tenía cualidades excepcionales dentro del grupo de hombres de pensamiento en el continente americano.
Si intentáramos un breve recuento de esa pléyade de libertadores, repararíamos inmediatamente en José de San Martín (1778-1850). El prócer argentino termina su carrera política en lo que se ha llamado «el abrazo de Guayaquil». Justo allá, en la mitad del mundo, se percata de que Simón Bolívar (1783-1830) había llegado primero, no solo con su accionar militar y político, sino también con las ideas. Como escribe Martí en Tres Héroes: «Pero en el Perú estaba Bolívar, y San Martín le cede la gloria».
Junto a las semblanzas de Bolívar y San Martín, ese precioso texto, publicado en el primer número de La Edad de Oro, incluye el panegírico del sacerdote mexicano Miguel Hidalgo (1753-1811), sobre quien el Maestro escribe: «Él les avisaba a los jefes españoles que si los vencía en la batalla que iba a darles los recibiría en su casa como amigos. ¡Eso es ser grande! Se atrevió a ser magnánimo, sin miedo a que lo abandonase la soldadesca, que quería que fuese cruel».
Pincha aquí para leer el artículo completo
No hay comentarios:
Publicar un comentario